Los conductores organizan un exterminio de insectos en su restaurante de la T-1 del aeropuerto de El Prat
Se quejan además del pestilente olor de los lavabos públicos
(EL PERIODICO) CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / El Prat de Llobregat
La mosca tiene por costumbre frotarse las patas delanteras cuando se posa sobre una superficie sólida. Parece que trame algo, pero en realidad se está aseando con esos pelos casi invisibles que recubren sus extremidades. También se friega los ojos, pues al no tener párpados, de este modo consigue mantener la visión nítida. Pocos animales practican con tanta maña el arte del escapismo, hasta el punto de hacer enfurecer a una especie en teoría superior como es la humana. La relación entre estos dos seres ha sido siempre tensa, desigual. En el restaurante para taxistas de la terminal 1 de El Prat, esa tirantez ha desembocado en un conflicto. Una batalla que tiene a este escurridizo insecto como protagonista, pero que esconde un cabreo con el gestor de aeropuertos AENA.
Menú inventado ayer por los taxistas.
Medio centenar de chóferes se han citado en el garito situado frente a la parrilla, en la que caben unos 800 coches que esperarán dos horas hasta obtener el permiso del chaqueta, la persona que da acceso a la terminal. Primero hay asamblea. Es conocido y notorio el gusto de este colectivo por las asambleas, afición que comparten con sus compañeros del bus y el metro. Uno toma la palabra, y en función de lo delicado que sea el asunto, el resto va apostillando en un sentido o en otro. Hoy hay unanimidad. De hecho, lo que hay son ganas de aniquilar. Armados con matamoscas y máscaras, los taxistas simulan un exterminio de insectos dentro del local. Dicen que los bichos se lo han hecho suyo, que salen a puñados de dentro de los bocadillos de jamón. Y claro, ha llegado un punto en el que la teoría de la evolución de las especies debe prevalecer.
«O ellas o nosotros», clama un conductor que aporrea una columna en la que ya ha tatuado tres cadáveres alados. Jordi Vilalta, portavoz de Taxi Companys, organización que ha convocado la protesta, asegura que hoy hay muchas menos moscas de lo habitual, ya que AENA ya sabía que vendrían y se ha encargado de «poner el aire a tope» -parece que el fresquito no les conviene- y de colocar en la entrada una cortinilla que hace difícil el acceso aéreo desde la calle. No hay piedad. Solo las que se refugian en el techo, a unos tres metros de altura, salvan la vida. Y aun así, algún que otro conductor saltarín alcanza a estamparlas en el pladur. «La victoria es nuestra», grita otro compañero, distraído con las que se posan sobre las ventanas.
La reivindicación de los chóferes va mucho más allá de las moscas. Se quejan también del precio del menú, y de su calidad. Pagan 9,30 euros con postre y bebida incluidos, no el café. Dice Jordi que cada vez son más los que se traen la fiambrera de casa «porque lo que nos dan aquí no vale ni mucho menos lo que pagamos». Montse, la encargada, replica que se les ofrecen «cinco primeros y cinco segundos», y que el problema es que los taxistas piden «mezclarlo todo y que se les hagan platos combinados a la carta». Eso, prosigue, ralentizaría la cola, que esa es otra, porque también se quejan los clientes de que hay «poco personal y no puede ser que el que hace los cafés sea el tío que cobra».
Lo de la comida es un tema subjetivo, de blancos o negros. No lo es de ninguna manera el olor que desprende el baño de caballeros. Imposible trasladar en palabras la pestilencia de ese entorno de inodoros de metal, bajo los que reposa un manto líquido que vayan ustedes a saber si es una cisterna mal ajustada o ríos de orina mal apuntada. Insoportable; tanto, que muchos optan por andar un poco para hacer pis en algún rincón del parque natural que les rodea. En el reservado, a pesar del calor, no hay moscas. Viven poco más de tres semanas, pero no son tontas.
Sin romper nada
Vilalta señala que la relación con los trabajadores del restaurante es excelente. «No rompáis nada porque ellos no tienen la culpa», se advierte antes de entrar al ruedo. Los empleados, comenta la encargada, son los primeros interesados en que todo esté bien. Ayudaría que los surtidores de los aparatos de aire del techo no estuvieran obturados por una barrera de polvo. Lo único positivo para el personal es que tienen baño propio.
Se nota que AENA y la empresa Eat&Out que gestiona el local se han esmerado en limpiar y reducir la plaga de moscas. Dice el representante de Taxi Companys que la relación con el aeropuerto es fluida, y que por ahora se reservan el derecho de convocar protestas más contundentes. Tienen claro, eso sí, que lo próximo será un boicot total al restaurante, algo que no beneficiaría a nadie.
SALUT Y BUEN VIAJE.
Se quejan además del pestilente olor de los lavabos públicos
(EL PERIODICO) CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / El Prat de Llobregat
La mosca tiene por costumbre frotarse las patas delanteras cuando se posa sobre una superficie sólida. Parece que trame algo, pero en realidad se está aseando con esos pelos casi invisibles que recubren sus extremidades. También se friega los ojos, pues al no tener párpados, de este modo consigue mantener la visión nítida. Pocos animales practican con tanta maña el arte del escapismo, hasta el punto de hacer enfurecer a una especie en teoría superior como es la humana. La relación entre estos dos seres ha sido siempre tensa, desigual. En el restaurante para taxistas de la terminal 1 de El Prat, esa tirantez ha desembocado en un conflicto. Una batalla que tiene a este escurridizo insecto como protagonista, pero que esconde un cabreo con el gestor de aeropuertos AENA.
Menú inventado ayer por los taxistas.
Medio centenar de chóferes se han citado en el garito situado frente a la parrilla, en la que caben unos 800 coches que esperarán dos horas hasta obtener el permiso del chaqueta, la persona que da acceso a la terminal. Primero hay asamblea. Es conocido y notorio el gusto de este colectivo por las asambleas, afición que comparten con sus compañeros del bus y el metro. Uno toma la palabra, y en función de lo delicado que sea el asunto, el resto va apostillando en un sentido o en otro. Hoy hay unanimidad. De hecho, lo que hay son ganas de aniquilar. Armados con matamoscas y máscaras, los taxistas simulan un exterminio de insectos dentro del local. Dicen que los bichos se lo han hecho suyo, que salen a puñados de dentro de los bocadillos de jamón. Y claro, ha llegado un punto en el que la teoría de la evolución de las especies debe prevalecer.
«O ellas o nosotros», clama un conductor que aporrea una columna en la que ya ha tatuado tres cadáveres alados. Jordi Vilalta, portavoz de Taxi Companys, organización que ha convocado la protesta, asegura que hoy hay muchas menos moscas de lo habitual, ya que AENA ya sabía que vendrían y se ha encargado de «poner el aire a tope» -parece que el fresquito no les conviene- y de colocar en la entrada una cortinilla que hace difícil el acceso aéreo desde la calle. No hay piedad. Solo las que se refugian en el techo, a unos tres metros de altura, salvan la vida. Y aun así, algún que otro conductor saltarín alcanza a estamparlas en el pladur. «La victoria es nuestra», grita otro compañero, distraído con las que se posan sobre las ventanas.
La reivindicación de los chóferes va mucho más allá de las moscas. Se quejan también del precio del menú, y de su calidad. Pagan 9,30 euros con postre y bebida incluidos, no el café. Dice Jordi que cada vez son más los que se traen la fiambrera de casa «porque lo que nos dan aquí no vale ni mucho menos lo que pagamos». Montse, la encargada, replica que se les ofrecen «cinco primeros y cinco segundos», y que el problema es que los taxistas piden «mezclarlo todo y que se les hagan platos combinados a la carta». Eso, prosigue, ralentizaría la cola, que esa es otra, porque también se quejan los clientes de que hay «poco personal y no puede ser que el que hace los cafés sea el tío que cobra».
Lo de la comida es un tema subjetivo, de blancos o negros. No lo es de ninguna manera el olor que desprende el baño de caballeros. Imposible trasladar en palabras la pestilencia de ese entorno de inodoros de metal, bajo los que reposa un manto líquido que vayan ustedes a saber si es una cisterna mal ajustada o ríos de orina mal apuntada. Insoportable; tanto, que muchos optan por andar un poco para hacer pis en algún rincón del parque natural que les rodea. En el reservado, a pesar del calor, no hay moscas. Viven poco más de tres semanas, pero no son tontas.
Sin romper nada
Vilalta señala que la relación con los trabajadores del restaurante es excelente. «No rompáis nada porque ellos no tienen la culpa», se advierte antes de entrar al ruedo. Los empleados, comenta la encargada, son los primeros interesados en que todo esté bien. Ayudaría que los surtidores de los aparatos de aire del techo no estuvieran obturados por una barrera de polvo. Lo único positivo para el personal es que tienen baño propio.
Se nota que AENA y la empresa Eat&Out que gestiona el local se han esmerado en limpiar y reducir la plaga de moscas. Dice el representante de Taxi Companys que la relación con el aeropuerto es fluida, y que por ahora se reservan el derecho de convocar protestas más contundentes. Tienen claro, eso sí, que lo próximo será un boicot total al restaurante, algo que no beneficiaría a nadie.
SALUT Y BUEN VIAJE.
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